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Vida y Familia

1. La verdadera compasión: ¿cuáles son las vidas que realmente importan?

Padre Shenan J. Boquet

Presidente

Human Life International

Publicado originalmente en inglés el 10 de agosto de 2020 en: https://www.hli.org/2020/08/true-compassion-whose-life-matters/

Me esfuerzo mucho para no dejar que mis emociones se apoderen de mí, pero hay esas raras ocasiones en las que se levanta mi ira y no puedo contener mi indignación. Tal momento ocurrió hace unos días cuando un colega en Oceanía me compartió una historia que involucraba a una joven embarazada que es presionada agresivamente por el personal médico para abortar a su bebé inocente.

Los funcionarios de atención médica diagnosticaron al bebé no nacido con síndrome de Down, y con problemas cardíacos y renales, potencialmente mortales. No le presentaron a la madre, cuyas vidas algunas personas definirían como trágica, con opciones o alternativas a favor de la vida para su bebé. En cambio, le dijeron que la mejor recomendación, en realidad la única recomendación que podían darle, era abortar, matar a su bebé. Y basándome en la experiencia, puedo suponer que esta madre está escuchando ese canto familiar repetido cientos de veces a madres vulnerables de todo el mundo: “No querrías que tu bebé sufriera, ¿verdad? Si amas a tu bebé, esta es la mejor opción”.

Los partidarios del aborto quieren que aceptemos que el aborto es un acto de compasión que salva a las mujeres de la carga y el costo de criar a los hijos, especialmente en los “casos difíciles” [1]. Como en el caso anterior, si se declara que un niño, antes del nacimiento, padece una enfermedad o malformación grave, los partidarios del aborto afirmarán arbitrariamente que, si se permite que continúe el embarazo, el niño tendrá irremediablemente una “mala calidad de vida”- vivirá una vida que no valdrá la pena vivir. Se enfocan en la condición del niño, diciendo que la mejor y más efectiva manera de ayudar al niño es terminar con su vida. No se le debe imponer a la sociedad, dicen, la carga de un ser vivo cuyo mantenimiento es excesivo, costoso e inútil. Por tanto, recomiendan el aborto por “compasión”. Por supuesto, esto es falso.

Cada vida importa

Es importante reiterar, sin medida ni limitación, que toda la vida humana, desde el momento de la concepción, es sagrada y de valor incomparable. Declarar que ciertas vidas humanas no son sagradas es declarar que ninguna vida humana es sagrada, que nadie debe ser apreciado y protegido incondicionalmente. El aborto y su mentalidad normalizan la matanza de un ser humano por conveniencia, tratando al niño inocente en el útero como un agresor. El aborto mata a un ser humano para que el otro pueda ser libre, “aliviado” de alguna dificultad o inconveniente.

El aborto no resuelve problemas. En cambio, se beneficia de la destrucción de una vida y las graves heridas de otra. Despersonaliza a las mujeres y las explota a ellas y a su situación. Deshumaniza y devalúa la vida de un bebé, enfrentando a una madre con su hijo. También fragmenta la imagen de madre e hijo y, al hacerlo, la maternidad misma se devalúa. Esto tiene consecuencias desastrosas para la sociedad y la cultura. Y finalmente, describe la maternidad como una amenaza para la independencia, el éxito y el valor de la mujer como persona.

En la mayoría de los casos, cuando se considera el aborto, las mujeres se sienten presionadas; están ansiosas y angustiadas. Pueden creer que el nacimiento de este niño amenazaría la relación con el padre del bebé o la capacidad de completar su educación o sus metas profesionales. También pueden sentir una intensa presión por parte del padre del bebé, de sus propios padres, de un empleador o de amigos. A menudo tienen miedo, se sienten aisladas, abandonadas y abrumadas ante la idea de enfrentar un embarazo difícil o no planeado. Decir que el aborto es la “única” opción es una descripción falsa de las opciones, y evita que las mujeres busquen y el movimiento provida les brinde alternativas moralmente lícitas que salvan vidas.

El aborto legalizado y una sociedad orientada al aborto han hecho que sea fácil presionar a las mujeres. En lugar de unirse para atender las necesidades auténticas de una mujer, quienes la rodean a menudo recurren a presionarla para que recurra a la aparente “solución rápida” del aborto. La mentalidad del aborto también elimina el “nosotros” y el “yo” de la ecuación y convenientemente coloca todo sobre los hombros de la mujer diciendo, “debes solucionar tu sola el problema”. Abogar por las mujeres y sus hijos, sin excepción, significa negarse a aceptar la violencia del aborto y su mentalidad como solución. Todos tenemos un papel que desempeñar en esta historia, que comienza agregando el “yo” a la ecuación: “¿Cómo puedo servirte? ¿Qué puedo hacer para ayudarte? ¿Qué necesitas que yo pueda ayudar a proporcionar?

La verdadera compasión significa aceptar la incomodidad

Recuerdo la primera vez que visité la Iglesia de San Miguel Arcángel en Houston, Texas. Me impactó un letrero en su césped, que hoy todavía se alza con orgullo frente a la Iglesia, visible para todos los que pasan. El mensaje indica que si una mujer embarazada está en crisis y necesita ayuda, la parroquia de St. Michael la ayudará. La comunidad de fe está dando testimonio tangible del Evangelio de la Vida y poniendo sus recursos a su servicio, y al servir tanto a la madre como a su bebé, está dejando claro a todos que la vida es preciosa y que debe ser amada y defendida a toda costa. Innumerables vidas han sido impactadas por el testimonio de esta comunidad de la Iglesia, y numerosas conciencias han sido tocadas por la declaración inquebrantable del letrero.

“La verdadera compasión”, dice San Juan Pablo II, “lleva a compartir el dolor de otro; no mata a la persona cuyo sufrimiento no se puede soportar” (Encíclica Evangelium Vitae, no. 66). A pesar de que el santo Papa se refería a la violencia de la eutanasia, otro acto atroz contra el valor intrínseco de la vida humana, la misma mentalidad que él aborda es aplicable al aborto, que busca silenciar el “problema” y minimizar todos los inconvenientes. 

Santa Teresa de Calcuta, quien pasó su vida amando y cuidando a los demás, entendió completamente las consecuencias de esta mentalidad mortal contra la vida y contra el servicio.

“Mediante el aborto, la madre no aprende a amar, sino que mata incluso a su propio hijo para solucionar sus problemas. Y, mediante el aborto, a ese padre se le dice que no tiene que asumir ninguna responsabilidad por el hijo que ha traído al mundo. Es probable que el padre ponga a otras mujeres en el mismo problema. Entonces, el aborto solo conduce a más abortos. Cualquier país que acepte el aborto no está enseñando a su gente a amar, sino a usar la violencia para conseguir lo que quieren. Por eso el mayor destructor del amor y la paz es el aborto”.

Cómo sanar la herida del aborto en la sociedad y en la cultura

No es difícil discernir qué visión de la vida humana domina la cultura occidental.

La Cultura de la Vida cree y afirma que toda vida, desde la concepción hasta la muerte natural, es un regalo sagrado de Dios, inviolable y digno de protección y cuidado. Proclama con gozo la verdad sobre el amor, el propósito y el plan de Dios para cada persona. Apoya las estructuras sociales que afirman la vida en todas sus etapas y sostiene que la auténtica libertad es inseparable de la responsabilidad. La cultura de la muerte, en cambio, niega la dignidad inherente a toda vida humana, rechaza los principios de solidaridad y el bien común, es utilitaria y se preocupa por la eficiencia, tiene preferencia por los poderosos sobre los débiles, tiene una visión distorsionada de la libertad humana, valora mucho el materialismo, rechaza la conciencia personal al tiempo que acentúa los derechos individuales, y defiende “religiosamente” el relativismo moral.

Un pueblo que defienda la vida cree que cada persona es preciosa, que las personas son más importantes que las cosas y que la medida de cada institución y sociedad es si amenazan o mejoran la vida y la dignidad de la persona humana. Cada vida importa: la vida de nadie importa más y la vida de nadie importa menos. Una sociedad que valora la vida tiene un interés sincero en cada individuo, nacido o no nacido, esforzándose por satisfacer las necesidades de cada individuo. En lugar de ver el costo, vemos la belleza única y singular de la persona que tenemos ante nosotros y tenemos el deseo de buscar su bien y bienestar. Estamos dispuestos a sacrificar lo que sea necesario y no dañar a nadie.

Cuando la sociedad acepta el asesinato de los niños no nacidos como un derecho, como algo bueno, la actitud de la sociedad hacia la vida misma cambia. Su conciencia moral, debilitada, gradualmente se vuelve insensible al asesinato en sí mismo y hacia a otros actos inhumanos de violencia cometidos contra la vida humana. Cuando una ética sobre la vida se ve disminuida, como en el caso que compartí anteriormente, no solo los no nacidos están amenazados, sino todos los miembros “más débiles” de la sociedad; de hecho, todos nosotros, estamos en riesgo.

Buscar proteger la vida humana y promover la dignidad humana desde su inicio hasta su momento final requiere una transformación radical de cómo la sociedad ve la vida. No es imposible de lograr cuando la sociedad ya no acepta el asesinato de vidas inocentes en ninguna etapa, optando por amar, respetar, servir, promover y defender la vida, sin excepción; y cuando reconocemos que existen determinadas formas de actuar que son siempre y “radicalmente incompatibles con el amor de Dios y la dignidad de la persona humana creada a su imagen”. (Evangelium Vitae, no. 75)

VHI agradece a José Antonio Zunino, del Ecuador, la traducción de este artículo.


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